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El desprecio del pasado

Javier Leralta en una de las primeras portadas de La Gaceta del Taxi

Cuando entré a dirigir el Gabinete de Información de Tráfico del Ayuntamiento de Madrid en 1988, una de mis preocupaciones fue conocer la evolución histórica de la movilidad porque era importante entender ciertos comportamientos y vicios. Me puse manos a la obra y durante años fui recopilando abundante información sobre el desarrollo de la circulación y los transportes de Madrid. Paré la investigación en el siglo XV porque en tiempos de los Reyes Católicos apenas hubo preocupación por regular el tránsito de carruajes porque no era un problema real. Una parte importante del trabajo recibió el premio Villa de Madrid Ortega y Gasset de Ensayo y Humanidades de 1991, lo que facilitó la publicación del ensayo con el título Madrid, villa y coche dos años después. Algunos capítulos hablaban del único transporte urbano que hubo en la ciudad durante siglos: el taxi.

Es verdad que era un transporte primitivo, a veces de tracción animal y a veces tirado por forzudos mozos. En el cajón quedó mucha información por depurar y tiempo después, en 1996, apareció la segunda parte de aquel relato: la Historia del taxi de Madrid, publicado por la editorial Sílex gracias a la ayuda de Mutua Madrileña del Taxi, hoy MMT Seguros. Luego aparecieron más ediciones, la última en 2018, mucho más gráfica, publicada por ediciones La Librería.

Durante tiempo me pregunté por qué el transporte más antiguo de la capital, con más de cuatro siglos de existencia, no tenía su propio relato histórico como lo tenían el ferrocarril, el tranvía, el autobús o el metropolitano. La respuesta fue doble: por un lado, los ‘otros’ transportes eran colectivos, gestionados por empresas potentes y luego entidades públicas que trataban de poner en valor la relevancia de esos servicios como parte de la historia de Madrid. El transporte colectivo como servicio público y social que unía barrios y personas haciendo ciudad.

La otra respuesta iba en sentido contrario. La gestión semipública del taxi, casi de supervivencia durante varias etapas de la vida, hizo que los gestores, los propios taxistas, se preocuparan solo de sacar adelante el negocio, lo realmente importante. Se olvidaron de alumbrar el sacrificio, el trabajo de miles de conductores que gracias a su esfuerzo habían conseguido sacar adelante sus negocios. Aún reconociendo ese trabajo titánico, nadie se interesó en guardar la memoria de sus antepasados como la tribu que ve como el jefe, una vez muerto, se lleva a la tumba sus conocimientos y experiencias. Eso le pasó al taxi. En cierta ocasión, con motivo de la preparación del Día del Taxi de 2009, un responsable de una asociación profesional me vino a decir que la historia del taxi no tenía interés, que lo importante era hacer caja y mejorar las condiciones de trabajo de los conductores. Pensé en el gran esfuerzo que debe hacer un estudiante si encuentra una biblioteca sin libros.

Por fortuna, cuando apareció la primera edición de la Historia del taxi de Madrid, hacía unos meses que había salido la Gaceta del Taxi cuya preocupación no fue solo contar la actualidad del sector y dar voz a sus protagonistas, además, como cualquier buen medio de comunicación, también miró hacia atrás porque todos necesitamos saber de dónde venimos. Perder la memoria es tomar decisiones equivocadas.

Desde entonces, he organizado muchos actos relacionados con la historia del taxi y la Gaceta siempre ha estado a mi lado con su base documental y archivo fotográfico aportando luz, rigor y certeza a la historia reciente, huyendo de relatos interesados. Hemos crecido juntos, treinta años escribiendo la misma historia para que la tribu no se sienta desamparada. Felicidades Gaceta por estos años de buen periodismo y por evitar las salpicaduras tras haber caminado por el fango.