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15/07/2016 11:16:01 - Gaceta del Taxi

¡Papá, quiero ser taxista…!


Por José Gabriel Rescalvo Casas, taxista

Parafraseando aquella célebre canción interpretada por Concha Velasco (y adaptándola al tema que nos atañe), les introduzco en un grave problema que, si no lo impedimos, afectará a nuestra sociedad, en modo tal, que acarreará la desaparición de los gremios (taxistas, farmacéuticos, abogados, pequeños comerciantes…) tal y como los conocemos.

 

Y tomo como ejemplo al sector del taxi, un servicio público regulado por varias administraciones: fiscalmente por el Estado, y a nivel tarifario por ayuntamientos y comunidades autónomas, amén de otro tipo de regulaciones, como son el acceso a la profesión, las verificaciones metrológicas de los taxímetros y un sinfín de requisitos que cumplen todos los propietarios de licencia, porque así lo estipula la norma, que, parece ser, se legisla para su cumplimiento.

 

Con la irrupción de determinadas multinacionales (deseosas de quedar amparadas por tratados de libre comercio como el TTIP), con intereses muy alejados del que tienen gremios como al que nos referimos, es casi imposible que no surjan discrepancias, que, si no se remedian antes, se convertirán en enfrentamientos de muy difícil pronóstico en cuanto a su gravedad.

 

Estas compañías pretenden ejercer su actividad excusándose en la necesidad de fomentar la mal llamada “economía colaborativa”, pues esta se traduce, en la mayoría de las ocasiones, en la recogida de beneficios, y nulo aporte económico al sistema fiscal del estado en el que asientan su ultra-liberal modo de entender la economía: aplastando al gremio ya existente, tachándolo de anticuado, y ejerciendo una actividad paralela en condiciones que, según ellos, son el “no va más” de la innovación tecnológica, el trato personal y otras lindezas por el estilo.

 

Se valen para ello de conductores trajeados (normalmente muy mal pertrechados, nada de “a medida”, con gafas de sol bastante “macarras”, y el nudo de la corbata desaliñado, salvo excepciones). Ofrecen a su vez disposición (te abren la puerta con impostada amabilidad) e hidratación (una botellita de agua mineral), pero no llegan ni por asomo a la profesionalidad de un taxista experimentado, por mucho que este no te ofrezca una sonrisa de franquicia y la susodicha botellita, y quizás no se haya afeitado ese día.

 

A cambio, irá con la tranquilidad de saber que el propietario de esa licencia, que frecuentemente es el propio conductor, cumple con todos los requisitos establecidos por ley (seguros, profesionalidad, impuestos…), y que, si es necesario, le echará una mano si tiene algún problema y está a su alcance solucionarlo, esperará por la noche (si es usted mujer) a que entre en su portal, antes de continuar recorriendo las calles de Madrid ofreciendo un servicio no impostado e ilegal, sin vehículos oscuros con afán de notoriedad, sin corbata y con ambientador de pino en el retrovisor, pero libre en su manera de proceder, porque así lo estimó cuando compró, con tanto sacrificio, su licencia de taxi.

 

 










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